HUELLAS DEL DOLOR
Caminó y caminó.
Le dolía el silencio,
le dolían las palabras jamás dichas.
Suspiró y pensó.
No encontraba respuesta
a tanta locura maldita.
El viento peinaba su negro cabello,
y la arena golpeaba sus ojos profundos.
Caminó y caminó.
Las lágrimas saladas,
mezcladas con el estruendoso mar
oficiaron de melodía para su melancolía.
De pie en la orilla,
inhaló los sentimientos de paz
y exhaló los minutos de rabia contenida.
Lloró.
Era su mejor medicina.
Gotas pesadas caían.
Lágrimas con nombre y apellido,
llenas de impotencia y cobardía.
Y un rostro que, por desgracia, no podía olvidar.
El tiempo pasó sin prisa.
Las horas entre sus pies mojados se disolvían,
y las marcas de sal en sus mejillas comenzaban a secar.
El atardecer le regaló varios colores,
y un concierto de hambrientas gaviotas
deleitaron su oído al pasar.
Suspiró… y sonrió.
Una mano compañera tomó la suya,
y la llevó de regreso al camino.
Un camino que juntos iban a recorrer,
en el cual sortearían todos los obstáculos para,
en unos cuantos años, recrear ese momento inmenso.
Y ahora sus lágrimas
son más livianas,
pero llevan otro rostro.
El rostro del compañerismo, del amor incondicional,
de alguien que la motivó a luchar.
El rostro del compañero de vida, que se vino a quedar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario