sábado, 27 de febrero de 2016

MOMENTO ETERNO

Un momento. Dame sólo un instante
y te diré si estarás conmigo
el resto de mis días.
Una mirada. Un simple cruce
de colores y palabras sin decir.
En ocasiones no es necesario
el sentido del tacto, porque
el resto de los sentidos
se abren como una flor y esperan
a las mariposas que llegan
a fecundar el amor.

Un momento. Te pido sólo un segundo,
para ver si en tus ojos existe
lo que creo haber encontrado en ti.
Mi corazón reconoce, en ocasiones,
a las almas que me hacen bien.
Y se desborda de emoción
al saber que siempre estuviste ahí,
esperando por mí.

Un momento. Te pido un mínimo instante
para contarte al oído esto
que estoy sintiendo.
Te entregaré el temblor de mis manos, y mi tiempo,
mis sueños y mis miedos;
conocerás mis sombras,
y las luces que a veces me iluminan.

Y te daré un beso.
Simplemente para que sepas
que te hablo desde el alma.
Para que sientas el deseo
que se apodera de mi mente al verte.
Para que conozcas los nervios
que sienten mis piernas
cada vez que me abrazas.

Y así sabrás, que ya no tengo miedo,
porque tú te lo llevaste de la misma forma
en que llegaste, así,
con cariño y con esmero.
Porque fue también de esa manera
como te llevaste mi corazón,
que ahora vuela hacia el rumbo
que yo quería, y acompañado de ti,
amor de mi vida



DESPEDIDA

Un beso. Un largo beso de despedida. Una última mirada sincera mientras sus dedos se separaban. Él se dirigió a la fila para subir al ómnibus, con el boleto en la mano. Ella lo miraba sin ver, era como si una parte de su alma se fuera con él. Siempre tenía esa sensación cada vez que se despedían. Él subió los escalones del vehículo y a través del vidrio le dirigió un último saludo a su amada. Ella se lo devolvió, con un nudo en la garganta.

Faltaban tres minutos para la partida del ómnibus. Durante ese lapso, él buscó un asiento en el cual la pudiera ver por última vez, a ella, su novia, a su amiga, a su compañera de locuras. Ella se había quedado allí, recostada contra la pared, sin saber que decir, pensar o hacer.

Una última indicación al chofer le permitió empezar a mover el ómnibus, dio marcha atrás y, en esos mínimos segundos, ellos pudieron verse la cara de nuevo. Él levantó la mano, ella respondió de la misma forma. En el preciso instante en que dejó de ver su rostro, varias lágrimas cayeron por sus mejillas. Se había ido.

Era sólo por unos días, pero siempre era así en cada adiós. Se iba parte de su aliento y de su respiración. De sus deseos y de su corazón.
Siempre quedaba un abrazo por dar, un beso por degustar, o una caricia por sentir. Siempre quedaba un "te amo" flotando sólo en la distancia que los separaba.

Pero siempre, a pesar de todo, siempre se sentían juntos, para siempre