lunes, 14 de marzo de 2016

CAFÉ CON MIEL

La besó.

Sus manos sujetaron ese rostro bañado en lágrimas, la miró fijamente a los ojos y la besó. Sus lágrimas le dieron un toque de sal a ese beso tan dulce. Pero le gustó. Y mucho.

La abrazó.

Ella se resistió al principio, pero los cálidos brazos de él le inspiraron confianza. Se aferró a su cuello y descansó su mente en ese hombro sincero. Era lo que necesitaba hacía mucho tiempo.

Se miraron.

Miel y café negro se mezclaron. Una sensación agridulce, impredecible de frenar. Un torbellino de esos que pasan sólo una vez en la vida, que no dan tiempo a pensar, ni siquiera a observar.
Él no paraba de mirarla. Era un susurro de cosas inusuales pero hermosamente maravillosas. Era un ángel oculto tras una más cara de dolor.
Ella no quería ser observada. Pero por una extraña razón los ojos de él le molestaban poco. Muy poco. Y eso, aunque le daba miedo, le gustaba.

Pasaron los días.

Se vieron una veces más. Los encuentros entre miel y café pasaron a ser menú principal. Hasta que un día él se decidió. No quería perderla al ser tan valiente, pero tampoco quería ocultarlo mucho tiempo más.
Ese día se vieron en una plaza. Los niños jugaban a su alrededor y el día gris prometía una lluvia posterior. Pero eso no fue impedimento para la confesión.
El la miró, un tanto serio, cosa que a ella la asustó un poco.
-Te amo- dijo él, fuerte y claro, manteniendo la miel en contacto con el café.
Ella se negó a creerlo, pensó que era un sueño. Pero unas horas después reaccionó y se confesó a ella misma la verdad.
-Lo amo- pensó, y un montón de pinceles aparecieron en su cara pintando una sonrisa.

Era el nuevo amanecer de un otoño que, por fin, comenzaba a relucir.
Y el aroma del café con miel inundó, lentamente, esas almas sedientas de ese amor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario