viernes, 10 de abril de 2015

Un temeroso susurro. Lágrimas. Un grito ahogado.
Un portazo. Un salto esperado de sorpresa.
Silencio. Mucho silencio. Y el llanto desconsolado de un bebé.
Hace dos años que ella vive así. No conoce otra realidad. Ella tiene 18 años, él 25. Tienen un niño de 10 meses, fruto de las noches de pasión que tenían en sus mejores momentos. Pero eso era antes.
Antes.
Hace 8 meses el cambió. O, al menos, comenzó a mostrar los hábitos que no dejó entrever en los primeros meses, en el primer año. Cuando nació el bebé, él se tornó más agresivo, antipático y posesivo. No la dejaba salir, ni siquiera con el niño. Le pedía tener sexo todo el día a los gritos, cuando ella sólo quería cuidar al pequeño.
Emmanuel, lo habían llamado. Hijo de Dios. Habían comenzado los golpes.
Cuando la madre de ella iba a visitarlos, él salía corriendo, argumentando una changa que había conseguido. Ella no hablaba con su madre del tema. No lo creía tan grave.
Emmanuel ya tiene 10 meses, y ella ya no aguanta más. Habló con una amiga, pero todavía no se anima a denunciarlo. Aún lo quiere.
Cuando hacen el amor es sin cariño, sin amor. La termina lastimando, física y mentalmente. Si no le gusta la comida, le pega y la deja en un baño de lágrimas, mientras él se va al bar de la esquina y vuelve horas después totalmente ebrio.
Pasan los días y las horas.
Una mañana él la despierta y la interroga por un mensaje que llegó al celular de ella mientras dormía. Ella le jura miles de veces que no sabe quién es, cosa que es cierto.
Una bofetada. Una, dos tiradas de pelo. Insultos.
Emmanuel empieza a llorar en su cuna, despierto por los gritos de sus padres.
Un aullido de dolor desgarra el aire del mediodía.
Un disparo. El llanto del niño continúa. Otro disparo. Silencio. Un leve gemido. Y un último disparo.
Cuando llega la policía, alertada por los vecinos, la encuentran a ella en su dormitorio con una bala en el pecho.
En el cuarto del bebé, las sábanas de la cuna están impregnadas de sangre. Emmanuel con un disparo en la cabecita.
Y en el piso, con un disparo en la boca y mordiendo el polvo ensangrentado, yacía un imbécil.
Un cobarde.

¡No más violencia doméstica!

Joanna M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario