viernes, 10 de abril de 2015

Llueve. El sol se ha escondido y caen gruesas gotas de agua fresca. Nubes grises pueblan el cielo.
Lloro. Gruesas lágrimas caen por mis mejillas. Mi alma está tan gris como esas nubes.
Generalmente, cuando llueve, es porque el alma precisa consuelo. Cuando llueve, todas esas gotas limpian el rostro, el corazón y la mente.
El aroma de la lluvia cayendo. El perfume del pasto mojado que agradece el nuevo baño de vida.
¿Y tú? Tú chapoteas entre los charcos, ríes, cantas, bailas y eres feliz. Muy feliz.
Porque cada vez que llueve y nuestra tierra vuelve a respirar, tu alma se regocija y se limpia del sufrimiento.
Los pájaros, contentos, se bañan y limpian a sus pichones. Las ranas cantan y arman el mejor barullo de la ciudad. Los animales sonríen al cielo y agradecen ese nuevo renacer.
¿Y tú? Tú sonríes, vives y eres feliz. Muy feliz.
No precisas pedir permiso para ser tan feliz.

Joanna M.

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