miércoles, 8 de abril de 2015

Desde pequeña me enseñaron a utilizar las palabras sabiamente. A no herir si no hay necesidad de hacerlo, y a decir la verdad cuando es el momento justo.
Las letras iluminaron mis ojos desde el principio, y las palabras lograron que mi cerebro se despertara. Cada una de mis neuronas respiraban con dulzura cada vez que abría un libro.
El aroma a libro viejo y guardado es uno de los mayores placeres de mi vida. Cada libro que pasa por mis manos, se detiene inconscientemente en mis narinas... y cierro los ojos. E imagino lo inimaginable, siento lo que no se puede sentir. Y olvido, por esos momentos, lo que parece inolvidable e incomprensible de este mundo.
A medida que mis ojos recorren las palabras, mi corazón comienza a acelerarse y mis manos comienzan a sudar. Eso es el amor para mí.
El amor verdadero, (además de encontrarlo en los animales), se guarda en los libros. Y eso es lo que pone mi vida a rodar, y es lo que permite que gire mi mundo.
No sufro decepciones, y si lloro, es porque las palabras tienen esa magia única capaz de hacerme derramar lágrimas sinceras e impregnadas de sentimientos verdaderos.
Ese placer inmenso con el que mi alma se regocija es lo que me llena de energía y voluntad para escribir. Para poder decir lo que, quizás, no puedo decir de frente. Para poder expresar, gritar y denunciar lo que debería callar.
Es ese deseo de lograr en la gente lo mismo que yo siento al leer mis libros.
Es esa magia invisible, esa conexión que traspasa fronteras, edades, religiones y géneros, que se da entre el que escribe y el que lee.
No soy una gran escritora, tampoco pretendo serlo. Me queda muchísimo por aprender y por conocer.
Pero quiero que todos estos sentimientos, emociones, lágrimas y sonrisas lleguen a tu corazón.
Porque lo que más quiero es que, con estas palabras, el mundo sea mucho mejor.

Joanna M.

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