miércoles, 6 de abril de 2016

DULCE

Me desnudo.

Mi piel se estremece, siento un escalofrío bajar por mi columna vertebral.
El espejo me dedica una ojeada un tanto osada y me dirijo hacia él.
Me detengo en mi mirada. Ojos almendrados, café negro sin azúcar, vidrios empañados.
Mi nariz... podría ser un poco mejor.
Mi boca. Receptora de los besos más candentes, sofocantes y amorosos... los de él. Mi labio superior, un tanto fino de más, no impide que mi tímida sonrisa se convierta en una provocación.
Mi cuello, una torre de vigía pendiente del susurro de sus besos. Como me gusta cuando muerde lento mi piel.
Mi pecho lleva temerosas marcas del juvenil acné, pero aún así mi piel es tersa al tacto.

Me gusto.

Mis manos se detienen en mis senos. Pequeños, redondos. Pezones blandos y suaves que se endurecen ante el roce de mis pulgares. Están un poco hinchados por la llegada del período, como sucede todos los meses. A él le gusta tocarlos, besarlos, darle forma con sus masajes.
El espejo me sigue observando. Como la primera vez que él me vio sin ropa, ese momento en que mi cuerpo dejó de ser mío. Así me mira el espejo ahora.
Mi vientre plano, siempre oculto bajo la ropa. La forma exacta de un reloj de arena, sin ser un 90-60-90, pero manteniendo esas curvas estrepitosas que terminan en mis caderas.
Sí, mis caderas. Él, a menudo, dice que bailan. Bailan cuando camino, cuando recorro lentamente los estantes de las librerías, cuando nuestros cuerpos se cruzan y no logro ser dueña de mís impulsos, cuando siento el ritmo del baile del amor.
Le fascinan mis caderas, mis muslos, la cara interna de mis piernas y mi entrepierna. Es su paraíso.
Se toma el tiempo necesario para explorar y redescubrir cada pétalo, cada gota de miel y de rocío, cada gemido. Es una de sus partes preferidas.

Por último, repaso mis piernas. Esbeltas y temblorosas. Me encanta enredarlas entre las suyas, sentir su calor mientras acaricia mi espalda y pongo mi mano bajo su boca.
Acariciar su barba y ver el destello de sus ojos marrones en la oscuridad, mientras vuelve a recorrer visualmente mi cuerpo, de la misma forma en la que ahora mismo me estoy mirando al espejo y, al igual que él, me gusta cada centímetro de mi dulce cuerpo.


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