viernes, 16 de diciembre de 2016

Era el aroma de mis vacaciones. Me parece verla sentada en el banco de madera al lado del horno eléctrico, revisando cada cinco minutos para que no se pasara el tiempo de cocción. Y yo preguntándole cada otros cinco minutos: "¿Ya está listo? ¿Falta mucho?"
Ella siempre me contestaba con una sonrisa. Una sonrisa que delataba lo mucho que le gustaba cocinar para nosotros.
Me parece verla levantarse a las cinco de la mañana, aprontarse el mate y empezar a amasar, para luego, a eso de las diez de la mañana, ir al cuarto a despertarme para que ella se tomara un descanso, para después por la tarde poder seguir su arte.
Diciembre era su mes preferido... creo que aún lo es. El cumpleaños del abuelo, las fiestas...
Ella era feliz. Mi abuela fue y es feliz. Por eso nos daba el gusto de hacernos el pan dulce. No uno, hacía tres o cuatro... los que sus manos le permitían, pero los hacía con tanto amor y esmero, que podría hacer diez sin darse cuenta. Todo fuera por vernos contentos cuando llegaba Navidad y Año Nuevo.
Ahora comemos los pan dulces comprados, ricos sí, pero sin ese ingrediente que ella sabía agregarle. Mi abuela sigue aquí con nosotros, recibe Navidad y Año Nuevo con ganas, levantando la copa lo más que puede con sus temblorosas manos.
En el fondo todos extrañamos sus pan dulces, sus pizzas, sus budínes, pero lo que más extrañamos es verla caminar y bailar mientras cocinaba.

No me faltes nunca, viejita. No te vayas sin dejarme un último pan dulce... No te vayas nunca de aquí...




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