martes, 1 de septiembre de 2015

POESÍA

Escribí páginas y páginas. Línea tras línea. Todos los días, a cada minuto, una nueva mancha de tinta finalizaba el renglón. Lágrimas, sudor y en ocasiones sangre se imprimieron en ese trayecto de papel. El grito de dolor de cada hoja virgen ante el rasguño de la tinta, irrumpía en mi mente como un torbellino. Pero no quería parar. Simplemente no podía. Necesitaba llorar y sangrar en cada paso que daba. La carne se estremecía en cada comienzo, era como un renacer, sólo que sin nacer de nuevo, porque siempre volvía a foja cero.
Los ojos se empañaban una y otra vez… una y otra vez… Era una repetición constante de hechos malversados y errores sin motivo.

Pero un buen día, algo sucedió. Las lágrimas disminuyeron, y las pocas que quedaban eran de felicidad. Las manchas de sangre desaparecieron de los pergaminos, y la tinta con la que escribía tomó un brillo incandescente. Una mano se extendió ante mis ojos y se ofreció a ayudarme a continuar con mi historia, con nuestra historia. Mis pesares, mis lágrimas, mis sonrisas y deseos pasaron a ser también suyos.

Comencé a compartir la vieja tinta de mis oscuros recuerdos, a conocer otras plumas con las cuales podía escribir mejor.
Nuestras mentes se amoldaron exactamente como alguna vez lo soñé.
Empezamos ese libro un mediodía de mayo, y esas hojas que hemos escrito juntos me llenan el alma de paz. Es un libro sin fin, ya no hay hojas, ni pergaminos, ni papiros donde se pueda grabar un sentimiento tan grande.
Es el susurro que deja un baile de hojas de otoño. Es el silbido de las ráfagas de viento entre las ramas desnudas de invierno.

Es poesía. Lo que su alma y la mía han logrado es poesía para el que quiera disfrutarla. En términos más mundanos diría que es amor.
Amor, poesía, historia… felicidad. Podría decirlo con muchas palabras, pero se me ocurren tan sólo unas pocas: Lo nuestro es poesía.




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